~•El Amor y la Lealtad de un Corazón Narniano•~
Capítulo I: Penas y Dolor
Detrás de unas lejanas colinas que ocultaban el esplendor del Gran Océano Oriental comenzaban a divisarse pequeñas chispas amarillas y cálidas que eran los rayos del enorme sol narniano una mañana de finales de invierno. Se oía a kilómetros el constante repicar de los cascos de los caballos de los cuatro reyes que en aquel tiempo gobernaban en su juventud, que recorrían extensiones de territorio en una desesperada búsqueda de sobrevivientes del espantoso intento de invasión. Reinaba el silencio y la quietud, algo insoportable luego de horas de rastreo; la imagen era triste: casas destruidas, suelo destrozado, cenizas por doquier mezcladas con sangre y cabello. Todo estaba desolado y nadie era capaz de hablar por la sensación de decepción, furia, impotencia y vacío que en ese momento los embargaba. Nada en aquel lugar parecía mostrar rastros o dar señales de vida…
Luego de un largo rato, un representante de cada grupo que habían armado se acerco a los desconsolados reyes, y por los rostros de los soldados que se aproximaban a dar las noticias, no parecía que fueran alentadoras.
-Majestades –comenzó el mayor de los soldados que a su lado se encontraba- me temo que vuestros grupos de búsqueda no han tenido resultados satisfactorios. Hemos recorrido cada extensión de este pueblo y no encontramos ningún sobreviviente ni registrado alguna señal de algo estable por aquí.
-Con su permiso –siguió otro que se hallaba a la izquierda del primero- los soldados se encuentran exhaustos. Agradeceríamos si nos dejaran un tiempo de descanso y luego seguiremos con la búsqueda si así lo quieren Sus Majestades.
-Tienen su descanso, queridos soldados –respondió la voz amable de la reina Susan- les haremos saber si continuaremos el rastreo.
-Se lo agradecemos –respondieron, y luego de una media reverencia, media porque estaban montando, se retiraron-.
Los reyes también se tomaron un descanso; desmontaron y se sentaron en el suelo, si es que podía llamársele así, y hablaron, muy poco, de lo que estaba sucediendo.
-Esto es terrible –oyeron decir por lo bajo a la más joven de los reyes- si tan sólo hubiéramos podido evitarlo.
-Tranquila Lucy –le dijo el mayor de sus hermanos- encontraremos la solución de esto.
-Esos calormenos están sacándome de mis casillas cada vez más con sus constantes intentos de invadirnos –dijo el joven rey Edmund- me gustaría poder ponerlos en su lugar de una vez por todas.
-Calma Ed –dijo Susan posando su mano sobre el hombro de su hermano- Peter tiene razón, ya encontraremos la manera de acabar con esta complicada situación.
-Lo sé, lo siento –se disculpó dejando salir un suspiro.
-Creo que seguir buscando aquí no nos llevará a ninguna parte. Será mejor que volvamos al castillo y decidamos hacer nuestros planes allí –propuso el rey Peter.
-¿Qué pasará con el pueblo, y su gente? –preguntó angustiada la reina Lucy.
-Les diremos a los soldados que se encarguen de darles un funeral digno de todo narniano y mandaremos reconstruir el pueblo en cuanto todo esto termine –respondió su hermano.
Lucy, por la expresión de su rostro y sus preocupadas palabras, daba a entender que era la que más sufría por todo aquello. Ver un pueblo, que había sido uno de los más nobles de Narnia, totalmente en ruinas y sin sus habitantes, era un total golpe al corazón. Después de un buen rato, comunicaron a los soldados su nueva tarea y ellos, luego de manifestar su inmenso dolor al perder a tan querido pueblo, comenzaron la marcha de vuelta al gran castillo de Cair Paravel.
Cabalgaron por unas cuantas horas, pararon unas dos veces, si no es que más, pues era un largo trecho, y cuando ya había oscurecido por completo, llegaron cansados, decaídos y tristes. Los cuatro hermanos, apenas entrar en el enorme castillo, fueron a sus habitaciones, se asearon y luego estuvieron listos para ir a cenar, y aunque era una cena espléndida en la que la mesa lucía un fino mantel blanco con bordados en hilos de bronce y sostenía deliciosos manjares y jarras rebosantes del vino más dulce, se sentían con pocos ánimos de probar bocado alguno.
-Hermanos –comenzó Peter- me duele en el alma la pérdida del noble pueblo de Laramel, pero prometo, como que soy Sumo Monarca y rey de Narnia, y en nombre de Aslan, que acabaré con todo esto.
-¿Entra dentro de esa promesa la posible idea de una guerra? –inquirió la menor de sus hermanas.
-Espero que no, querida Lucy –contestó su hermano- pero temo que si así pasara, no habría otro caso que tener que llevarla.
-Pues me gustaría que no todo se solucionara chocando espadas y tomando vidas en una batalla, y menos una guerra –le espetó la joven reina.
-Créeme que estoy contigo, hermana –la alentó Susan, pero luego sus palabras se dirigieron hacia algo que parecía la aceptación- pero conoces estas situaciones. Si en nuestro intento por hacer justicia los hombres de Calormen se nos vienen encima, ¿no crees que sería peor que no hiciéramos nada y terminaran por acabar hasta con nosotros?
-Haremos todo lo posible para no tener que llegar a eso Lucy –trató de cerrar el tema el rey Edmund, quien hasta ahora no había hablado- a nosotros tampoco nos agrada tener que pelear batallas y llevar guerras, chocando espadas y tomando vidas, como tú dices. Pero tampoco dejaríamos que este país que es nuestro hogar ahora se vea afectado por la insensata codicia de los hombres de Calormen.
-Lo sé, es que… -empezó la menor de sus hermanas- no quiero ver más situaciones como la de hoy. No quiero que más narnianos tengan que cobrarse esa codicia de la que hablas.
-Tranquila –respondió a sus palabras su hermano- eso es justo lo que tratamos de evitar, y cito a Peter en que en nombre de Aslan, acabaremos con esto.
Tras la conversación siguió un breve silencio, que sólo se vio interrumpido por el leve entrechocar de los cubiertos con los platos que cada uno tenía en frente. Aunque habían comenzado a cenar, lo hacían de manera lenta y desganada, pensativa y decaída, y de pronto la voz de la reina Lucy rompió el ya incómodo silencio.
-No creo posible que no hayan sobrevivientes –y Susan estaba a punto de decirle algo, pero la interrumpió- no estoy convencida.
-¿Qué propones? –inquirió su hermano mayor-.
-Que la llamen –respondió, decidida.
-¿A…? –pensaba Peter.
-¿Te refieres a…? –siguió Edmund.
-¿Acaso piensas en…? –imaginaba Susan.
-Sí, que la llamen, a "ella"
Bueno, espero que les guste ^^ Subo mañana el siguiente cap. Besos!•
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