Me hace tan bien estar bajo la lluvia. Es... no sé... como algo mágico. Me gusta el ambiente lluvioso, las tonalidades del cielo, las enormes nubes llenas de agua, ningún rastro del sol... No estuve satisfecha hoy en aquel momento. Necesito tomarme un buen tiempo bajo una buena y abundante lluvia para reflexionar, pensar, llorar, dejar volar mi imaginación, la cual a veces siento que se me escapa poco a poco.
¡Comenzó a llover! Soy capaz de salir corriendo hacia las escaleras y subir como una desaforada, desesperada por que mi cuerpo tome contacto con la bendita lluvia, pero si no termino este relato ahora no lo hago más... Y no me va a importar si después la oportunidad de mojarme sea en la noche, aún mejor. Aunque el mejor momento para mojarse por una lluvia así, es en el atardecer.
Anteayer acompañé a mi amiga Yésica a la facultad donde se inscribirá y era un día de tormenta. Ibamos a ir temprano pero llovía mucho, así que supuse que esperaríamos a que parara un poco. A la tarde ella apareció en mi puerta, arreglada, lista para irse. Yo en cambio estaba totalmente hecha un desastre. No había recibido sus mensajes, porque, como es costumbre, mi celular se había quedado sin batería. Sin embargo, me bastaron pocos minutos para arreglarme mas o menos bien para poder acompañarla. Estábamos saliendo de mi casa cuando comenzó a llover muy fuerte. Naturalmente abrimos nuestros paraguas, pero aún así nos empapamos. Al llegar, y luego de hacer todo lo que fuimos a hacer en la facultad, nos tomamos un descansito y fuimos a tomar unos helados, los cuales ella pagó ya que yo no llevaba más plata que las monedas necesarias para el pasaje del bondi. Cuando volvimos a salir, la lluvia nos agarró de nuevo. Yo aún seguía con un pequeño trozo del cucurucho de mi helado, el cual se mojó y obviamente tuve que tirarlo. Por suerte el trayecto hacia la parada no era muy largo, aunque para mí con lluvia la longitud de los recorridos no me importan. El bondi llegó rápido y tuvimos que viajar paradas. Acordamos que desde la parada en la que nos bajábamos hasta mi casa iríamos caminando, obviamente, para mojarnos con la lluvia. Lo siguiente fue que a medida que llegábamos, la lluvia comenzó a parar. Ahj, con las ganas que tenía... En fin, aún así nos mojamos. Ese mismo día, ya entrada la noche, seguía lloviendo, y esta vez con relámpagos y truenos. En un momento, destelló en el cielo un relámpago cuya luz llegó hasta los pies de mi madre y míos. Fue seguido por un trueno que podría habernos dejado sordos a todos. Cayó cerca. Hizo que llevara mis manos a mis orejas para cubrírmelas, e incluso que pegara un leve grito. Imaginen, para que yo haga eso por un relámpago y un trueno...
Ahora está lloviendo muy fuerte, y el estar a unos escasos metros de la puerta, que tiene una mirilla, la cual está abierta y me permite ver lo que ahora me estoy perdiendo, es una completa tentación. Cuando escucho que el caer se hace más lento me pone, sinceramente, mal. A veces quisiera que lloviera todos los días. ¡No! ¡Que no pare de llover! Es algo que me quita emoción...
Recuerdo que una tarde nublada yo estaba en mi terraza, aburrida, sola, y luego comenzaron a caer ligeras gotas. Lo primero que hice fue recostarme boca arriba, con los brazos y piernas extendidos y mis ojos cerrados. De vez en cuando me permitía pegarle una mirada al cielo. Era tan relajante. Tan emocionante. Tan melancólico, lindo. Ah, que hermosa sensación de libertad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario